martes, 17 de noviembre de 2020

LA ESPOSA DEL DIOS

 

Desde lo alto de uno de los árboles, Magec observaba a Sibisse, quien a su vez no apartaba su mirada temerosa, del mar.  Era la más hermosa que había visto en su vida, más que la Diosa Chachirachi, aunque según el chamán, no lo era, no podía serlo, nadie era más bello que Chachirachi, quien tenía la dicha de mirarla quedaba ciego.

Magec se acercaba a la playa solo para observar a Sibisse. Si no era por eso, nunca se acercaba al mar, su madre, antes de partir a caminar tras el sol, le advertía de los peligros de la Costa.

Magec, tú no puedes caminar por la costa, eres demasiado alto, los hombres blancos que corren por el mar te encontrarían fácilmente y te capturarían. A la costa solo van los pescadores.

Pero Sibisse, no parecía tener miedo del mar, aunque su mirada de color dorado expresaba preocupación, no era el mar lo que la asustaba. A veces, Sibisse percibía la presencia de Magec y le sonreía sin enseñar los dientes, pero no decía nada.

Una tarde, Magec hizo caso omiso de los consejos de su madre y esperó a Sibisse en la playa, mientras desde allí, observaba la belleza del horizonte visto desde Taoro. Entonces, desde lejos vio llegar a Sibisse, arrastrando su cuerpo lánguido con zancadas de animal. Era ella, la reconocería aunque fuese ciego, aunque siempre se tapara los cabellos con un manto.

Él se levantó de la arena y se aproximó a ella, que l miró con desconfianza.

¿Vienes a ver a alguien que camina tras el sol?

No, vengo porque quiero estar sola.

Pues yo no voy a dejarte, podrían verte los hombres blancos que corren por el mar. Si intentaran capurarte, ¿quién te defendería?

Tú. Dijo- Y sonrió. ¿Tú vienes a ver a alguien que camina tras el sol?- Preguntó.

Vengo a verte a ti. Ella sonrió sin responder.

¿De qué tienes miedo? Preguntó Magec.

De Guayota. Achamán el Celestial me exige como precio para aplacar la ira de Guayota y que no vuelva a salir del Echeyde en mucho tiempo. Cada vez que Guayota sale del Echeyde, su vómito de fuego arrasa poblados enteros y muere mucha gente.

Pero, no pueden sacrificar a mujeres. Quedan muy pocas en Taoro, ya las hay que tienen varios esposos. Siempre sacrifican niños ¿Por qué ahora una doncella?

Porque Achamán lo aconseja. Todos los dioses se someten a él, excepto Guayota, el maligno. — Respondió Sibisse, mirando a Magec con sus dulces ojos de oro, que siempre miraban como si recibiesen demasiada luz, el horror brotaba de ellos.

No era la única en temer su propia muerte, Magec la acompañaba en su miedo. No le gustaría conformarse con  verla caminar tras el sol, como le ocurrió con su madre. Se suponía que debería estar orgulloso de que su madre acompañase al séquito de Magec, el dios por el que recibió su nombre, pero le avergonzaba pensar que no lo estaba en absoluto.

Durante los días siguientes no pensó en otra cosa que no fuesen las palabras de Sibisse, pensó en qué podría hacer un humilde pastor que no tenía ni cinco reses entre ovejas y cabras, para salvarle la vida a una joven marcada como ofrenda al dios.

Desde la gruta donde dormía, miraba las estrellas, que lucían fulgurantes en un cielo tan negro, como los cabellos de Sibisse. Pensó que no podía comprar su vida porque no tenía bienes. Tampoco le rezaría a Magec, el dios por el que recibió su nombre, porque hizo enfermar a su madre y se la robó para hacerla caminar tras él, con su séquito, desde que amanecía hasta que el sol se ponía. No se encomendaría a Achamán el eterno, porque había elegido a la más bella de todo Achinech, para ofrecérsela a un diablo hambriento y arrojarla desde la cima del Echeyde. Tal vez le pediría la vida se Sibisse a Chachirachi, la que carga el firmamento, la que abarca tal belleza, que solo con mirarla, un hombre queda ciego. Ella escucharía sus ruegos.

 

 

 

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